IN MEMORIAM de Enrique LLeó

A mí también se me ha muerto, como del rayo, Enrique, con quien tanto quise en mi primera juventud, cuando el tránsito de la parca carecía de significado, el abandono del mundo se nos antojaba inimaginable y el lacerante dolor por la despedida final no formaba parte de nuestras vidas.

Las células enloquecidas han cumplido anticipadamente la misión que les fue encomendada en el primer llanto de la cuna, dándome la triste oportunidad de expresar con este abrazo de amor-amistad cuanto nos ha mantenido unidos en la distancia durante más de medio siglo, hermanados en la “familia” que tantos años compartimos, la mesa del comedor con la perola del hambre, la yunta del pupitre, las interminables filas a golpe de silbato, los bocadillos que distraíamos a los externos y las temerosas vacunas de cada año.

Tu inesperada partida, trae esta madrugada a mi mesa el improvisado recuerdo del colpicio donde sufrimos, reímos, jugamos y soportamos castigos, “poliburós”, represión, misas, rosarios, sábados eucarísticos y cigarros clandestinos en las noches de ejercicios espirituales, con una fraternal solidaridad desconocida allende los muros y alambradas que limitaban nuestro espacio.

Te has ido, Enrique, pero conmigo quedas mientras un hilo de vida me permita recordar las tardes de domingo que pasamos en el “gua”, las cañas de coca-vino libadas en negrecida taberna para desinhibirnos antes de acercar nuestros cuerpos juveniles a las chicas en el Guetari, las veladas con los Pekeniques y Masiel en Paraninfo, Estudio y Tuna, las agitaciones en Consulado y las consolaciones de la Bibi.

Se quedan conmigo -y tú con ellos- los “saltos” furtivos en horas nocturnas por la ventana de la primera “familia”, las noches de insomnio radiofónico con “Ustedes son formidables”, las duchas de agua fría, el izado de bandera, la revisión de “pinreles”, las sobremesas en el despacho de Abánades, las correcciones solapadas de exámenes, la pipa babosa del padre Esteban, el sadismo de Zarco, la afectuosa brutalidad de Solórzano, las gallegadas de Álvarez, la entrañable peladilla de Ángel y el detestable episodio de Mansilla que arruinó la vida de diecisiete hermanos de orfandad.

Junto a mí, se afligen hoy los hermanos que nos convivieron: Salvador Aguirre, Santiago Valladares, Rafael Torrijos, Paco Morales y tantos otros que hacemos piña recordándote, a la espera no tardía de que la parca nos llame por lista inesperada al descanso eterno en el valle de Josaphat donde ahora descansas, anticipándote al gran viaje que a todos nos espera.

Pero mientras el Gran Portero de la vida no expida nuestro billete de ida, seguiremos juntos buscando no se sabe bien qué entre las penumbrosas butacass de los cines Roma, Montija, Cristal, Lido, Morasol y Roma, donde contravinimos el catecismo tantas veces, para después ir a Santa Gema a recibir la absolución, por incumplir placenteramente el mandamiento con la llamada impetuosa de la sangre que ascendía deseo arriba, sin que fuerza alguna pudiera contenerla, por mucho que el infierno se empeñara en conseguirlo.

No me consuela la falsa profecía que anuncia el encuentro con tus padres, con Pepo y con tu hermana. ¡Ay, tu hermana, Enrique!…, la que fue vuestra madre, cuando la parca injustamente se llevó a quienes más te quisieron, hasta que Mari Luz y Gerad llenaron el vacío, y los amigos nos colaboramos mutuamente al milagro de la resurrección.

Debes saber, -ahora que ya no puedes saber nada-, que una parte importante del Infanta se ha ido de mi vida contigo, porque has sido el mejor testimonio de lo que fue mi vida en el colpicio de la calle Serrano, cuando las “cuarenta fanegas” era un espacio de imprevisible futuro, el “campo de abajo” un trigal, Carrascosa un maestro de primaria, y Tomás Alvira el santo de la Obra que terminaría en los altares.

Gracias por la amistad que me has dado, Enrique; gracias por tu compañía, tus palabras y tus visitas a Salamanca; gracias por tus ofrecimientos; gracias por demostrarme que ningún lugar está lejos cuando la amistad es sincera; y, sobre todo, gracias por haberme dado la oportunidad de comprobar que nuestra amistad y amor va más allá de la muerte, por mucho que la desmemoria pretenda llevarte a mi olvido.

IN MEMORIAM de Enrique LLeó
Tu hermano
Paco Blanco Prieto
https://www.facebook.com/paco.blancoprieto