1970 Un día en el comedor del infanta

TITULO Un día en el comedor del infanta
AÑO 1970-1980
PROTAGONISTAS Todos
AUTOR Juan Manuel Orozco

Si hacemos unas cálculos rápidos y aproximadas y suponiendo como huérfano medio aquel que no salía los fines de semana pero si pasaba todas las vacaciones en casa, nos da que teníamos unos 120 días de vacaciones al año, lo que dejan 245 días que comíamos en el Infanta, calculando 20 minutos por desayuno y 30 por comida y por la cena, nos da una cifra de 326 horas al año que pasábamos en el comedor, por unos 7/10 años de media de estancia en el Infanta, resulta que pasamos entre 2.300 y 3.300 horas en ese habitáculo repleto de historias y anécdotas dormidas.

Voy a intentar recordar un día de comedor, mezclando diario y festivos, contando alguna breve aventura que otra a ver si así recordáis vosotros algunas y os animáis a compartirlas con todos nosotros o matizáis o corregís aquellos puntos en que yo me pueda equivocar por fallos de memoria o distorsiones por el paso del tiempo. No entrare en detalle sobre los menús, que ya hay una historia propia de ellos.

Creo recordar que empezábamos el día a las 07:20, por semana y 08:20 los sábados, domingos y festivos, el desayuno comenzaba rápidamente no había mucho tiempo para arreglarse y había que estar fuera del comedor para cantar el himno y finalizar antes del comienzo de las clases a las 08:00. En los festivos, a las 09:00 ya estábamos listos para jugar, estudiar o no hacer nada.

Las tres entradas al comedor iban precedidas de sus correspondientes formaciones por cursos y se priorizaba el acceso según el comportamiento de cada fila o de las preferencias del inspector de turno, no importaba mucho entrar primero o último, la comida saldría a la vez para todos, pero el ansia por comer, por coger tu servilleta y que no te la quitasen o por dar un peñizco al chusco, hacía que el entrar el primero fuese casi como una victoria. Una vez dentro y tomada la servilleta, te dirigías hacia tu mesa y te ponías de pie al lado de tu sitio. El inspector ordenaba silencio y bendecía la mesa o elegía a alguien que lo hiciera. “Señor, bendice estos alimentos que vamos a recibir de tus manos generosas, tu que vives y reinas por los siglos de los siglos” a lo que el resto contestábamos “Amen”, la mayoría de las veces, nada más oír el “amen” era el pistoletazo de salida para sentarte y comer, en ocasiones, el inspector mandaba inmediatamente levantarse, (había que demostrar quien mandaba) lo hacías de mala gana, refunfuñando y algunos ya con un bocado en la boca, los había que no perdían tiempo. Una vez recibida la orden reglamentaria, comenzaba la vorágine del desayuno. Era donde más necesitabas la servilleta, ya que el mojar los chuscos en aquel café color marrón claro, solía darnos sorpresas a modo de salpicaduras. No recuerdo bien como eran las tazas, no se me olvidan las cafeteras de aluminio con asa de madera curtidas en mil y una batallas y que nos traían el preciado líquido, aniquilador de cualquier tipo de estreñimiento. Las que no tenían la madera solían quemar a la hora de echar el café, los pinches las cogían como si nada, vacilando y sabedores que nosotros cuando menos daríamos un chillido.

El desayuno, era visto y no visto, en seguida daban la orden para dejarlo todo e ir saliendo por áreas del comedor.

Al sonido del silbato se reclamaba a los colegiales sobre las 13:30 para ir a formar, misma historia que en el desayuno, aquí había el aliciente de “que tocaría” el hambre a medio día era brutal y una comida que no fuese mucho de tu agrado, podría ser mortal. La comida era más distendida, tenías más tiempo entre plato y plato con tu vaso de vino o de agua en aquellos vasos de metal a juego con la jarra que mantenía el agua fresca, fresca….¡Que rica recuerdo el agua de Madrid!. Con las perolas, no solía haber problemas para repartir, salvo que no todos recibiesen la misma parte de chorizo o similar, por ello tampoco influía mucho quien lo hiciese, aunque “quien reparte, siempre se lleva la mejor parte”, donde había más problemas era en las placas, aquí entraban en juego las estrategias de reparto e influía mucho la colocación de la misma, tremendas discusiones y enfados si pensabas que la habían movido o te sentías timado. Los dos extremos de la placa, definían quien se llevaba los trozos de los extremos, el resto, cada uno tomaba el de su derecha. Al medio día, era el mayor trasiego de perolas y especialmente placas… de una mesa a otra, del carro de recogida a la mesa y luego de esta a pasar por las mesas hasta pillar de nuevo el carro.. placas con la salsa de ragú, filetes, albóndigas, croquetas….cualquier sobra de algo rico, era reaprovechado por la marabunta hambrienta.

No recuerdo bien si la correspondencia nos la daban a la hora de comer, creo que sí y en alguna ocasión en la cena. Cuando se veía al inspector con las cartas en la mano, el griterío habitual se veía reducido al mínimo, había que estar atentos…..ya llevaba muchas leídas y no había ninguna tuya, mala suerte, mañana seguro que llegara, pero de repente, se oye tu nombre, el brillo en los ojos te delata, vas a por ella y regresas y cuando estás a punto de sentarte, otra vez tu nombre, otra carta, vuelves y se repite la operación, pero sorpresa, día redondo, ahora es un paquete….. pocas veces sucedía de esta manera, pero pasaba, si no habías terminado de comer ya se te habían quitado las ganas, que suerte. Según crecías y tu amistad con el Sr. Puertas aumentaba, ya te las daba el por la mañana y no tenías que esperar al reparto.  Si habías quedado satisfecho en la comida, salías pletórico y con la naranja en la mano tirándola hacia arriba, ya la comerías más tarde, si por el contrario el menú había sido malo o no te gustaba, te comías hasta la parte blanca de las mondas de la naranja.  

Tanto en la comida como en la cena, existía el segundo turno, donde acudían, gente de COU, universitarios e inspectores y que comenzaba cuando nosotros estábamos acabando, tenían un margen de una hora o más para llegar. Era distintivo de un status superior.

La merienda, aunque no se realizaba en el comedor, si se recogía en la ventana situada entre el comedor de mayores y pequeños y próxima la vértice de ambos pero en la vertiente de comedor de pequeños, allí nos poníamos en fila por orden de llegada salvo que te colases o se colasen de ti que todo era posible. Al pasar, un pinche te tiraba un chusco y otro la onza de chocolate, que en ocasiones especiales podría convertirse en un delicioso bocata de chorizo. Metías la mano por debajo de la verja, lo retirabas y a comértelo o para dar la coña con las miguitas a tus compañeros.

La cena, si no recuerdo mal, era a las 21:00 horas y media hora más tarde para el segundo turno que llegaba en cuentagotas hasta las 22:00. La cena era lo más peligroso, el puré, el pote gallego o la pescadilla que se mordía la cola era de lo más odiado, con frecuencia la asistencia a la cena se limitaba a coger el pan y el postre, ya te harías un bocadillo en el piso, si no tenías nada para hacerlo, lo llevabas por si podías gorronear algo, aunque fuese el caldo de los mejillones o un par de sardinas que aplastadas daban sabor a todo el pan. Si no tenías suerte, pues pan a solas y la fruta. Una fuente de croquetas podía salvarte la noche aunque hacían un bocadillo difícil de deglutir. Cuando eras mayor y salías por Madrid de fiesta, ligue o simplemente al cine, la mayoría de los casos no llegabas ni al segundo turno, por lo que el trasiego de mesas era más habitual y llegabas a tener compañeros de mesa muy dispares, era también frecuente que encargases que te sacasen un chusco o cualquier cosa, si preveías que llegarías con hambre.

Cuando sí era importante entrar de los primeros, al comienzo del curso, en esos días se establecía y asentaba lo que sería tu mesa para el resto del año, salvo ligeras variaciones por causas de fuerza mayor (abuso de algún mayor, cambio por los inspectores para evitar conflictos o tener mejor controlados a algunos, etc.

Algo que no mencione del comedor, era que se producía el deambular de algunos por el comedor en búsqueda de mesa, los pinches preparaban estas según la cantidad estimada de alumnos, por lo que siempre había una variación, los que se sentaban más próximos a la entrada, podían encontrarse sin su mesa preparada y tenían que buscar los huecos que habían dejado algunos por estar en la enfermería o ausencias de diferentes tipos. En ocasiones tenían que montarles la mesa de nuevo lo que les dejaba muy poco tiempo para comer.

Como en todo había gustos diferentes, y en cuanto a elegir mesa lo mismo, en mi época, las más próximas a la cocina eran las preferidas, yo llegue a sentarme en COU en la primera de ellas, símbolo de alto status y respeto entre los huérfanos. Allí eras el primero en recibir la comida y era zona de paso obligado de los carros al recoger las placas y perolas, siempre había opción de repetir aunque en otros sitios ya hubiesen realizado los pertinentes asaltos.

En el comedor, como en todos los sitios, también era sitio para imponer disciplina, al ya mencionado “volver a levantarse” otro castigo típico era el de permanecer en silencio, silencio que poco a poco se iba rompiendo incluso a veces con el consentimiento del inspector que daba por finalizada la sanción o que dejaba ir aumentando para luego indicar que por no respetarlo tendríamos un plantón al salir. Los plantones eran malos a cualquier hora, pero después de comer ¡Uffff! Eran pesadísimos.

No podría terminar de hablar del comedor sin hacer mención a los responsables de que en la medida de lo posible estuviésemos bien alimentados y atendidos.

Con Vizcaíno a la cabeza, este cocinero y su equipo hacia verdaderas maravillas al cocinar para tanta gente, recordemos que en aquella época no existían peladoras de patatas, microondas, salsas o comidas precocinadas y un largo etc. de aparatos y alimentos que hoy facilitan las tareas de restaurantes y hoteles. Allí, ayudaban todos, los pinches cuando no estaban repartiendo o retirando las placas, perolas y cafeteras, estaban pelando patatas o ayudando en la cocina. Las señoras, que no decir de ellas, encargadas de recoger los platos sucios y de hacernos alguna pregunta rápida para ver cómo estamos o porque no comimos poco o nada de lo que nos servimos, o como nos daban un mimo en la cabeza con el antebrazo para no mancharnos con las manos enfundadas en guantes……. Todos ellos tienen un hueco especial en mi memoria.

No quiero extenderme más, que sino no paro, lo que os pido ahora es que aportéis algún comentario vosotros que nos ayude a matizar y ampliar mi relato. ¡Ah! Y que aproveche.

Una respuesta a 1970 Un día en el comedor del infanta

  1. En mi época (1974 / 84) entre semana nos despertaban a las 8, a las 8,30 entrábamos al comedor y a las 9,00 aprox. se izaba la bandera en el patio central… y a clase. Cuando no había clase nos despertaban a las 8,30.
    En el desayuno nos ponían tazas y platos de cristal de color marrón como el de las botellas de cerveza. 4 chuscos por mesa y… mantequilla con mermelada, o chorizo tipo revilla, foiegrás, mortadela… ¡¡aahh, y jamón!! Recuerdo lo del jamón porque a veces recogía los recortes del tocino que le quitaban algunos compañeros, para darle sebo a las cuerdas de un balón de cuero que me había regalado mi hermano mayor.

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