José María Corona Barriuso

CORONEL JOSÉ MARÍA CORONA BARRIUSO

COLEGIAL DE INFANTA MARÍA TERESA
HONOR, LEALTAD Y SACRIFICIO

Hace casi dos años, el 12 de mayo de 2017, el Rey Felipe VI, a propuesta del ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación y previa deliberación del Consejo de Ministros, firmaba el Real Decreto Ley 503/2017 por el que se concedía la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil al Coronel de la Guardia Civil José María Corona Barriuso quien, como Jefe del Servicio de Seguridad de la Casa del Rey, era el responsable de los dispositivos de protección del Monarca y del resto de los componentes de la Familia Real. Y en ese difícil cometido que exigía una dedicación y preparación plenas estuvo este gran profesional de la milicia y de la Guardia Civil hasta el día de su muerte, el 10 de octubre de ese mismo año. El pasado día 21 de febrero, en un acto casi familiar a celebrar en el Palacio de la Zarzuela, la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil le fue impuesta a Clara, su viuda, acompañada por sus hijos José María y Clara.

Seguro que el Acto del pasado 21 de febrero, la entrega de la Gran Cruz por parte de su Gran Maestre, el Rey Felipe VI, fue brillante, sincero y emotivo; un acto en el que con toda certeza prevaleció la gratitud y el reconocimiento general y, sobre todo, el especial cariño y respeto a su memoria de los Reyes actuales, don Felipe y doña Leticia, y también de los Eméritos, don Juan Carlos y doña Sofía, honrando a la persona que dedicó la mayor parte de su vida profesional y personal no ya a la Institución monárquica, sino que, envuelto en afecto y proximidad, centró su afán de protección y servicio en sus más de treinta años en el Palacio de la Zarzuela sobre las personas que encarnaban y actualmente encarnan esta Institución; personas tan queridas y respetadas para él.

Es difícil escribir de José María Corona; o, mejor, habría que decir que me es difícil y me ha costado casi dos años trazar y buscar estas palabras, arrancar estas líneas que ahora inicio, como aun cogiendo aire sobre los profundos surcos abiertos en una memoria en la que se han ido trazando tantas imágenes ancladas en el tiempo y que, tras su marcha, han brotado con fuerza en todos estos meses transcurridos; ha sido una etapa personal ardua, envuelto en una larga y amarga nube de pesar (un pesar, sin embargo, agradecido a la vida) en la que tantos recuerdos y vivencias comunes han aflorado tras su pérdida.

Desde mayo de 2015, José María Corona había sido segundo jefe del Servicio de Seguridad de la Casa Real, que encabezaba el coronel Francisco López Requena, al que luego sustituiría en el cargo (haciendo uso el monarca del artículo 65 de la Constitución, según el cual “el Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa”); una Institución, la Monarquía, que José María siempre admiró y respetó y con la que, como guardia civil a su servicio y para proteger al joven príncipe, entró en contacto más personal en 1984, cuando nuestro actual monarca sólo tenía 16 años.

De ahí, de tantos años de servicio honrado y sin horarios; de su probada lealtad, dedicación y eficacia; de su proximidad e implicación humana en todo cuanto participaba; de su gran vocación y preparación desde la cuna/Casa Cuartel como militar; de ver en él los grandes valores de honor, eficacia, disciplina, sacrificio y cumplimiento del deber que siempre ha encarnado la Guardia Civil, arranca el profundo respeto y afecto de Felipe VI y de toda la Familia Real hacia el Coronel Corona.

Hay un detalle al que es obligado hacer referencia que plasma el afecto y el deseo de reconocimiento del actual monarca hacia él, hacia su “hombre de confianza” ; un punto y seguido que nos muestra la cercanía y el deseo personal de que este humilde y, también, ilustre guardia civil encabezara el dispositivo de seguridad y estuviera con don Felipe y doña Letizia en su fecha más señalada, el 19 de junio de 2014, como único acompañante de los Reyes en el coche descapotable, el emblemático Rolls Royce Phanton IV oficial, que los trasladó desde la ceremonia de Proclamación y Jura ante las Cortes Generales hasta el Palacio Real.

Hijo del cabo de la Guardia Civil don Francisco Corona, José María había nacido en Burgos y dio sus primeros pasos en el Cuartel de la Guardia Civil de Hortigüela, donde estaba destinado entonces su progenitor, que fallecería en 1967. Este hecho marcará su vida, su futuro y su amor por la Benemérita. Dos años después y en régimen de internado, se incorporaría al Colegio Infanta María Teresa, centro en el que forjará su carácter y los limpios valores que siempre fueron el vértice de su vida; allí, también, en la disciplinada e intensa convivencia de tantos años alrededor del estudio, descubrirá a los compañeros/hermanos/familia (entre los cuales se encuentra quien escribe estas líneas) que han sido su base y que han hallado en él, siempre, apoyo durante toda la vida; compañeros/hermanos /familia que en las Cuarenta Fanegas grabaron en su corazón la palabra amistad con letras doradas, desde la labrada e inequívoca bandera de sinceridad de sentimientos, el altruismo, y el amor y agradecimiento por la Guardia Civil.

Posteriormente, José María Corona ingresó en la Academia General Militar de Zaragoza en 1977, de donde saldría con las dos estrellas de Teniente de la Guardia Civil en 1981, para orgullo de su madre, doña María Barriuso (ejemplo de la dignidad y entereza de la que hacen gala las humildes y luchadoras viudas del Cuerpo) y de sus hermanas Ofelia y Mari Ángeles. Después, como oficial de la Benemérita, estuvo destinado en las Comandancias de Burgos y Alicante, además de su paso por la Intervención de Armas y Explosivos de Madrid. De ahí, desde este puesto entraría, ya en 1982, en el Servicio de Seguridad de la Casa Real y desde 1984 sería escolta personal del entonces Príncipe de Asturias (también, dado que era 15 años mayor que el futuro monarca, se hizo su consejero y confidente); además, le acompañaría durante su formación (1985-88) por las academias militares de Zaragoza (Tierra), Marín (Marina) y San Javier (Aire), así como cuando complementó su formación en la Universidad norteamericana de Georgetown.

Este trato tan cercano hizo que se produjera una fuerte complicidad entre ambos, como persona consagrada a la mejor formación del futuro monarca y, ambos, entregados al servicio de España, dentro de una amistad tan limpia y noble que dejaba a un lado casi infantil o artificial la jerarquía o el escalafón. Por ello, siempre fue un consejero y testigo discreto, leal en los grandes momentos y en los sucesos clave de la vida de Felipe VI; de los viajes privados y oficiales del hoy monarca y también de los momentos más personales e íntimos, como cuando la relación con la periodista Letizia Ortiz todavía era un secreto de Estado.


Identificado con los valores de amor, entrega y lealtad a nuestra nación; de la labor esencialmente humanitaria, protectora y de auxilio al ciudadano del Cuerpo, José María Corona fue siempre un alma inquieta en busca de su mejor formación, con ansias de superarse como persona y de ser mejor como profesional de la Guardia Civil en la vanguardia de la seguridad. Por ello, añadiría a su formación diferentes cursos como los de Policía Judicial, Superior de Dirección y Gestión de Seguridad, Superior de Dirección y Coordinación de Seguridad Pública, Especial de Armas y Explosivos e Información de Armas y Explosivos y de Riesgos Laborales.

El 10 de octubre de 2017, tras luchar durante años con resignación cristiana contra el cáncer, nos dejaba. Recuerdo nuestras conversaciones de meses anteriores; los muchos compañeros, profesores, detalles y recuerdos comunes que yo sacaba a colación; su defensa histórica y entusiasta de su paisano, el Cid Campeador; las reglas nemotécnicas que ideábamos para estudiar, cuando todo era mágico y nos cabía en la cabeza, con tantos ejemplos que buscábamos sin esfuerzo en la memoria; la venta domiciliaria de los folletos de las figuras bíblicas del frustrado viaje de Sexto de Bachiller a Santiago de Compostela, que acabó en quiniela; el viaje de fin de curso a Andalucía, en COU, que tanto nos abrió a y del mundo; las clases (Sócrates, Platón, Tomás de Aquino, Agustin de Hipona, Hegel, Nietzsche, J.P. Sartre, Ortega, Freud, Gabriel Marcel y su existencialismo cristiano; Marshall McLuhan y su aldea global) y los exámenes de filosofía de don Manuel Carrascosa; la imagen de Los Karinos, actuando en el Salón de Actos del Infanta; su pasión por el Burgos C.F. de los Bilbao, Capón, Benegas, Angelín, Requejo, Olalde, Nebot, Aitor Aguirre…, entonces equipo de Primera División, tan antepuesto al Real Madrid de los Benito, Zoco, Amancio, Santillana, Velázquez o Pirri o a los Sadurní, Gallego, Eladio, Asensi, Marcial o Reixach del Barça.., o los Rodri, Ovejero, Adelardo, Luis, Gárate o Ufarte del Atlético de Madrid; el José María enamorado platónicamente de la actriz austro-italiana Marisa Mell, tan superior, según él y entonces, a las oficiales y también, lógicamente, platónicas Brigitte Bardot, Françoise Hardy, Silvie Vartan o Jane Birkin del Je t´aime moi non… que nunca supimos traducir, pese al mucho francés que nos enseñaba don Manuel Martínez Camaró, nuestro profesor en el Infanta; o quizás no nos hacía demasiada falta, entonces y en aquellos años, la traducción de la letra. Todo, absolutamente todo, me era válido buscando el sentirle remontar en su ánimo; escucharle, aún tan cansado, y sentir su risa, y su pasión, a través de tantos recuerdos e imágenes, en el despertar por la vida cuando ya la vida, ambos, sabíamos y sentíamos que se iba.

Ese mismo día 10 de octubre de su definitiva marcha, por la tarde, un grupo de compañeros de Infanta María Teresa fuimos al Tanatorio de La Paz, en Alcobendas y dejamos nuestra humilde corona de flores: “Tus compañeros del Colegio Infanta María Teresa”; junto a ella, también estaban la de los Reyes don Felipe y doña Letizia; y la de los Reyes Eméritos, don Juan Carlos y doña Sofía.

Días después, el 20 de octubre de 2017, en la Parroquia de la Beata Maria Ana Mogas, en Tres Olivos (Madrid) tuvo lugar el funeral familiar, oficiado por el padre Jorge González Guadalix. Allí estuvimos un grupo de colegiales del Infanta alrededor y arropando afectivamente a Clara, a sus hijos, José María y Clara; y a Mari Angeles y Ofelia, hermanas del compañero fallecido y colegialas del Juncarejo. Allí, desde la humildad y unión de nuestra común procedencia, entonando “La muerte no es el final” (“Cuando la pena nos alcanza/por el compañero perdido/cuando el adiós dolorido/ busca la fe en la esperanza/ En tu palabra confiamos/con la certeza que tú/ ya le has devuelto a la vida/ ya le has llevado a la luz) que compusiera el sacerdote guipuzcoano Cesáreo Gabaráin(1) y el Himno de la Guardia Civil(2) de nuestras grandes celebraciones colegiales, con respeto y, sobre todo, con la delicada misión no lograda de romper la tremenda tristeza que ahogaba nuestras gargantas, estuvimos los Ángel Gabaldón, Miguel Sánchez, José Ramón Tostón, Goyo Garcés, Luis Plaza, Andrés Segovia, Bernardo Corces, Benjamín Herrera y quien estas líneas escribe.

Allí, una vez acabada la ceremonia religiosa, compartiendo la reciente pérdida y el dolor, comentábamos decenas de detalles; entre ellos, cómo el día 11, el día siguiente al fallecimiento de José Mari, en la misa-funeral de cuerpo presente que tuvo lugar en la capilla del Tanatorio, todos los asistentes destacaban la lealtad del coronel José María Corona, su carácter discreto, afable, optimista, con sentido del humor y cercano: el respeto y afecto que los asistentes mostraban a su persona cuando algunos (cuando aún todo era futuro y para todos nosotros ese futuro eran sueños) en el rincón apartado y más querido de nuestra memoria, aún le veíamos jugando con nosotros en el Campo de la Enfermería o velando las primeras armas juveniles de nuestra revolucionada y primaveral adolescencia en el Parque de Berlín, junto a las históricas Cuarenta Fanegas.

Por la tarde de ese día 11de octubre, en visita privada y de riguroso luto, vendrían los Reyes don Felipe y doña Letizia, a quienes él tanto quería; un afecto, un sentimiento sin duda y de corazón, sincero y correspondido

Pedro Córdoba Quintana
Colegial de Infanta María Teresa (1962-1973).
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Doctor en Derecho. Licenciado y Doctor en CC. de la Información y autor del libro “La Guardia Civil. Defensa de la Ley y Servicio a España” (Tirant lo Blanch, 2017). Un extracto de este artículo y bajo el mismo título fue publicado por el Diario ABC el 21 de marzo de 2019, página 14.

Algo de cultura:

“La muerte no es el final”
Que compusiera el sacerdote guipuzcoano Cesáreo Gabaraín2 (“Cuando la pena nos alcanza/por el compañero perdido/cuando el adiós dolorido/ busca la fe en la esperanza/ En tu palabra confiamos/con la certeza que tú/ ya le has devuelto a la vida/ ya le has llevado a la luz).
El sacerdote salesiano don Cesáreo Gabaraín Azurmendi (1936-1991) compuso esta canción (“La muerte no es el final”) vivamente impactado por el fallecimiento de Juan Pedro, el organista de su parroquia, cuando sólo tenía 17 años. En 1981, el Teniente General don José María Sáez de Tejada, Jefe del Estado Mayor del Ejército, la incorporó a la ceremonia de las Fuerzas Armadas en su Homenaje a los Caídos. Don Cesáreo, capellán del Colegio de Maristas de Chamberí y párroco de Nª Srª de las Nieves (Mirasierra), músico vocacional, compuso unas 500 canciones, entre ellas “Pescador de hombres” (Tú, has venido a la orilla. No has buscado ni a sabios ni a ricos. Tan sólo querías, que yo te siguiera). También, don Cesáreo fue profesor del Colegio de San Fernando (Carretera de Colmenar), donde coincidió con don Francisco Arquero Soria (1919-1997), profesor de Ingreso (Primaria) y director de la Escuela de Formación Profesional “Capitán Cortés”, del Colegio Infanta María Teresa.

“Himno de la Guardia Civil”
Recordemos que el Himno de la Guardia Civil, en su origen, fue compuesto por sor Asunción García Sierra, hermanita de la Caridad de San Vicente de Paul con destino en el Colegio Marqués de Vallejo (nuestro Juncarejo), composición cuyo origen que se sitúa entre los años 1915 y 1916.
Fue, inicialmente, el “Himno escolar de la Guardia Civil” que empezó a ser cantado por las angelicales voces de las niñas huérfanas de nuestro Colegio; luego, sería común y lo cantarían también los alumnos del Colegio de Guardias Jóvenes, los polillas, y añadiría la música más formal del maestro Ildefonso Moreno Carrillo (que estuvo 25 años en “El Corralillo” como músico mayor contratado) y algunas estrofas “más marciales” que incorporó el TECOL José Osuna Pineda, Jefe de Estudios. A partir del 19 de diciembre de 1922 se dejó sólo como Himno del Colegio de Guardias Jóvenes. Los Polillas, diseminados por toda España, lo habían popularizado, haciéndolo extensivo y ya casi oficial a toda la Benemérita.